En nuestro excepcional
contexto de mega diversidad natural y cultural, hay un protagonista histórico
integrado en ambas vertientes: el maíz, una gramínea nacida silvestre en medio del
edificante entorno biodiverso convertida, gracias a la creatividad humana, en
el principal elemento de supervivencia. El teocintle,
que aún subsiste, desde hace 8 mil años fue domeñado con sorprendente genética
empírica y dio lugar al maíz, alimento cotidiano que devino en símbolo.
Aquellos agrónomos antiguos obtuvieron variedades de maíz adecuadas a diversos
climas, altitudes y estaciones del año.
El maíz suele desarrollarse acompañado en los surcos de la milpa. Ésta es su cuna y morada y también cobija a otros comestibles tradicionales, contándose hasta 80 diferentes especies de plantas, de manera sobresaliente el frijol, el chile y la calabaza.
Por su parte, no se queda
atrás la prosapia del frijol y del chile como plantas domesticadas por el
mexicano, pues también se remonta a más de 5 mil años de antigüedad.
La milpa es mucho más que un
ecosistema: es en realidad un sistema de vida con una continuidad histórica que
alcanza milenios. Sorprende que los vegetales que se cultivan en ella son
complementarios en cuanto a las sustancias que toman del suelo y a las que le
aportan, dándose así un equilibrio ecológico con una combinación sustentable de
cultivos. También es admirable que el sustento histórico del pueblo mexicano,
la trilogía formada por el maíz, el frijol y el chile, hijos todos de la milpa,
tenga nutrientes complementarios.
El chile no es un mero
saborizante e icono nacional, sino que cubre una trascendente responsabilidad
nutriológica al potenciar la digestibilidad de las proteínas que contienen el
maíz y el frijol. Con el uso primitivo del maíz se desarrolló una tecnología
ancestral para consumirlo: el nixtamal. Hoy la técnica de la nixtamalización continúa idéntica. Las tortillas
de maíz se hacen iguales desde hace varios miles de años.
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