Quienes consideran al maíz como mera mercancía suelen afirmar que los rendimientos en los cultivos temporales son poco productivos en relación con los promedios alcanzados en los Estados Unidos o en la agricultura comercial practicada en el estado mexicano de Sinaloa, por ejemplo. Si tomamos en cuenta el rendimiento de mazorcas a secas, en efecto éste es de una y media o dos toneladas en promedio por hectárea, muy bajo comparado con las diez y hasta doce toneladas por hectárea de los campos de cultivo comerciales.




Además el maíz no suele ser un cultivo de carácter intensivo, sino que se siembra en la milpa junto con otras muchas plantas cultivadas y diversas especies inducidas. Tomando esto en cuenta, podemos afirmar que la milpa rinde mucho más, pues provee de alimento variado desde el punto de vista nutritivo y culinario, a través de un ciclo que dura por lo regular nueve meses; asimismo, el uso de maíz y otras plantas de la milpa como forraje representa un importante ingreso. Tampoco se dice que el costo de sembrar así es menor, pues muchas veces no se utilizan fertilizantes y otros agroquímicos que son caros y agotan los suelos, que las semillas provienen de la misma parcela o de parcelas vecinas lo que implica que no se gasta en adquirirlas, que es de temporal y por tanto no se extrae agua del subsuelo, en términos generales la milpa garantiza la autosuficiencia, el autoempleo y una vida más larga para los suelos. Esta dificultad para comparar los puntos de vista de los indígenas y campesinos de temporal, con la de los agricultores empresarios, es la que condena al maíz criollo como poco productivo; su desaparición, insinúan, no significa entonces mayor pérdida. Sin embargo, conservar las distintas razas de maíz es la diferencia entre la vida y la muerte, entre comer y no comer, pues 90% del maíz que se siembra, por ejemplo en Oaxaca, corresponde a las variedades criollas que se han diseñado para producir en condiciones geográficas específicas. Una buena parte del maíz que se requiere en México, proviene de este tipo de parcelas.



El campo y la ciudad, los ricos y los pobres, los colonizados y los colonizadores, el consumo desmedido y la austeridad, el cultivo que convierte al maíz en mercancía, y el cultivo que le confiere un carácter sagrado. Todo esto está en juego en relación con el maíz. Al expulsar a millones de mexicanos del campo a las ciudades y aún más allá de las fronteras sobre todo a partir de la firma del TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del 50 Norte), se pierden conocimientos pues se rompe la posibilidad de transmisión que fue eficaz por milenios, se pierde también la cultura y una mejor manera de alimentarse.